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Lo contador el laberinto del tiempo reflexiones desde una escalera
Durante mucho tiempo miré con desazón la serie de peldaños rotos en esa escalera de piedra rosa. Situada al extremo norponiente de la casa de Lo Contador, ella tiene dos brazos que se reúnen en una misma plataforma que sirve de acceso a la galería vidriada del segundo piso. Imaginaba que el daño había sido hecho por el descuido o el salvajismo de algún desprejuiciado bajando cargas pesadas: un piano, un armario, tal vez una carretilla con escombros, en alguna de las tantas reparaciones realizadas en la casa. Fue solamente después de observarlo muchas veces, que me di cuenta de que el daño no había sido provocado por nadie en particular, sino por el sol y el tiempo. Las áreas dañadas se concentraban en el extremo exterior de los peldaños, precisamente aquellos que correspondían a piezas añadidas en algún momento a la escalera, con la evidente intención de ensancharla. Tales piezas no eran trozos de piedra añadidas a cada uno de los peldaños. Con el objeto de facilitar el ensanche se habían dispuesto piezas que corrían perpendiculares a estos, cada una de las cuales, a la manera de una pequeña escalera prolongaba tres peldaños. Y era probablemente esa forma masiva de las piezas de ensanche más su exposición prolongada a los rigores del clima los que habían provocado las roturas.
Los secretos de la escalera
Durante mucho tiempo miré con desazón la serie de peldaños rotos en esa escalera de piedra rosa. Situada al extremo norponiente de la casa de Lo Contador, ella tiene dos brazos que se reúnen en una misma plataforma que sirve de acceso a la galería vidriada del segundo piso. Imaginaba que el daño había sido hecho por el descuido o el salvajismo de algún desprejuiciado bajando cargas pesadas: un piano, un armario, tal vez una carretilla con escombros, en alguna de las tantas reparaciones realizadas en la casa. Fue solamente después de observarlo muchas veces, que me di cuenta de que el daño no había sido provocado por nadie en particular, sino por el sol y el tiempo. Las áreas dañadas se concentraban en el extremo exterior de los peldaños, precisamente aquellos que correspondían a piezas añadidas en algún momento a la escalera, con la evidente intención de ensancharla. Tales piezas no eran trozos de piedra añadidas a cada uno de los peldaños. Con el objeto de facilitar el ensanche se habían dispuesto piezas que corrían perpendiculares a estos, cada una de las cuales, a la manera de una pequeña escalera prolongaba tres peldaños. Y era probablemente esa forma masiva de las piezas de ensanche más su exposición prolongada a los rigores del clima los que habían provocado las roturas.
El hecho fundamental es que la escalera había sido evidentemente ensanchada. No solo eso: había sido, además, prolongada en dos peldaños situados en su base que sí tenían el ancho completo y que no habían sufrido daños. Todo indicaba entonces que la escalera había sido trasladada desde una posición más al oriente, donde la distancia desde el terreno al segundo piso de la casa era menor. Actualmente la escalera rota formaba parte de una más compleja, de dos brazos, uno de los cuales, de piedra gris ascendía en L junto al elaborado muro de ladrillo que daba a calle Monseñor Carlos Casanueva, antiguo camino agrícola por el que se llegaba a la casa durante la Colonia. Los cambios de color en la piedra hablaban de una relación de la casa con el cerro y con la explotación de sus canteras de piedra, que fueron haciéndose dominantes en la medida que descendieron en importancia las faenas agrícolas de la chacra.
El conjunto hacía una escalera elaborada al menos mucho más elaborada que todas las restantes escaleras de un tramo y anchura más modesta distribuidas en la casa. Tras ella se presentía la mano de un arquitecto, que podría haber planeado esta y otras reformas para dar un nuevo empaque arquitectónico a la vieja y relativamente modesta casa colonial. Muy probablemente esta se corresponde con el proyecto del arquitecto Fehrman Martínez de 1915, encargado por su dueño de entonces, Luis Martínez.
La casa se había ido desarrollando durante más de cien años. Lo había hecho siguiendo las reglas elementales de las casas rurales de los siglos xviii y xix: prolongando alas, muros y tapiales para general una red de patios, jardines y huertos, que se extendía de manera natural en la estructura territorial del campo que la rodeaba. Estas casas eran entonces menos un volumen que un tejido; la arquitectura resultaba ser poco más que un engrosamiento de las líneas creadas por caminos y divisiones rurales.
La casa y su desarrollo
La casa había sido construida a fines del siglo xviii por Francisco Antonio Avaria para su sobrina huérfana Mercedes Contador, bajo su tutoría, y formó parte de su dote cuando ella contrajo matrimonio con Antonio Hermida en 1791. Se levantó siguiendo el esquema que hoy llamamos alquería, frecuente en muchas casas rurales de esos años: un volumen lineal de dos pisos de altura; el primero dedicado a recintos de servicio agrícola y el segundo a la residencia familiar.
El esquema es sencillísimo: a nivel del terreno un espacio de bodega longitudinal, flanqueado de pequeños cuartos destinados al servicio. Dicha bodega podía ser subdividida de diversos modos y daba directamente al campo. En el segundo, las habitaciones domésticas, conectadas entre sí, formaban lo que se suele denominar un cañón de piezas. En ambos flancos, sendos corredores expandían el espacio interior, mediaban frente a los rigores del clima y proporcionaban una circulación alternativa a la conexión directa entre los recintos. Para no alterar en nada la simplicidad del esquema, las escaleras, de piedra, generalmente de un tramo y apoyadas sobre una base maciza de tierra. eran sacadas fuera del volumen. La inteligencia estructural del esquema que hace de los cuartos pequeños del primer nivel un gran muro doble y combina la delicada masa del adobe con membranas horizontales y verticales de madera, representadas por los entrepisos y los tabiques del segundo nivel, ha permitido a estas alquerías sobrevivir numerosos terremotos. Ello demuestra la sensibilidad que frente al fenómeno sísmico se había adquirido ya en el siglo xviii.
En algún momento difícil de precisar, y enfatizando aún más la condición lineal de la alquería original, el cuerpo de los lagares situado al oriente de esta y con altura interior equivalente a los dos pisos, se prolonga en esa misma dirección a través de un nuevo volumen, muy probablemente destinado a bodegas. Hacia el norte y sur de estas se levanta un corredor, también de doble altura con esbeltos pilares hexagonales y bases de piedra elaborada que constituye uno de los elementos característicos y relativamente excepcionales de la casa.
En 1842 Mercedes Contador fundó una casa de retiros espirituales, para lo cual había agregado nuevas alas al conjunto, alrededor del que hoy día es su patio central. Así, los muros que rodeaban dicho patio se transforman en crujías construidas. En un orden que no se conoce con precisión, se van sucediendo la construcción de la capilla al poniente, el refectorio al oriente y las habitaciones dedicadas a los retirantes en la actual ala sur, muy probablemente en dos fases progresivas. Fueron instalados también los indispensables servicios complementarios: una nueva cocina para la casa de retiros, junto al refectorio y baños en el ángulo surponiente del patio, bajo el cual corría la acequia que aún hoy día lo cruza. A mediados del siglo xix la casa ha alcanzado una condición muy próxima a la que exhibe actualmente. Su forma de crecimiento le habían otorgado una estructura dual: la casa de la familia Contador funcionaba simultánea y paralelamente con la casa de retiros.
Años más tarde, la familia Martínez ocupa la casa en dos áreas relativamente independientes: una en la vieja alquería y otra alrededor del ala sur. La actual división del patio en dos por medio de la circulación que une capilla y refectorio refleja, en parte, esa dualidad.
Tal como lo conocemos hoy, y en contra de lo que suele pensarse, el patio no fue entonces un punto de partida sino un punto de llegada en la evolución de la casa. En algún grado existía previamente, siendo sus límites la propia alquería y una serie
de tapiales. A él se accedía por lo que los antiguos documentos denominan un «zaguancillo». Su configuración final no es la más frecuente en los patios del siglo xix, ya que la presencia de la alquería en uno de sus lados interrumpe la continuidad de los corredores y permite ricas vistas en diagonal, desde el corredor del segundo piso, tanto hacia el patio mismo como hacia la cordillera que hace presente, a través de sus cumbres, la fuerza el paisaje exterior en el interior del patio.
Estas transformaciones se hacen de una manera “orgánica», ya que quedan pocas huellas de cada una de las adiciones. Antiguas fotografías muestran signos de esas etapas de crecimiento, en ligeros descalces de las cubiertas: pero el paso de los años y múltiples reparaciones han ido borrando incluso dichas marcas. Es la propia estructura genética de la casa la que ha permitido esta forma de desarrollo: una cierta elementalidad dúctil de la forma y esa aparente imprecisión propia del barro. De este modo, su potencia y su calidad parecen deberse más a su estrategia de organización y a sus dimensiones que a la perfección de sus detalles. Es en ese contexto que el traslado y el ensanche de una escalera resultan perfectamente coherentes.
La casa y la ciudad
La relación de la casa de Lo Contador con la ciudad de Santiago es doble. De una parte, la ciudad se expande rápidamente hacia el oriente, al sur del Mapocho: lo que hoy es el área de Providencia acaba rodeando la casa. Al hacerlo, afecta la estructura y orientación de esta. Por la otra, la localización y forma de la casa afecta el modo en que acaban urbanizándose sus alrededores.
No puede decirse, en rigor, que la vieja alquería de Mercedes Contador tuviese lo que hoy se denominaría una fachada. entendiendo por ello una suerte de rostro arquitectónicamente expresivo. Su apariencia exterior era poco más que la pura manifestación de sus límites. Sin embargo, puede afirmarse, con un cierto grado de certeza, que la casa miraba al norte y que era esta su cara más importante. Era precisamente desde el norte que se arribaba a la casa por la actual calle Monseñor Carlos Casanueva, que se prolongaba hacia el centro por el borde del cerro San Cristóbal y, cruzando lo que hoy es Bellavista, accedía al centro a través del puente de Calicanto, construido contemporáneamente con la casa. Esa misma calle se prolongó durante mucho tiempo, precariamente hacia el sur, a través de un puente peatonal que cruzaba el río frente a lo que fue la calle Montolín, hoy Sótero Sánz. La actual calle El Comendador, un incipiente camino que llevaba al acceso sur de la casa, daba a lo que entonces se denominaba el “potrerillo”, que la separaba del curso del río, por entonces manifiestamente más ancho. La cara sur era entonces, sin duda, la parte trasera de la casa.
El proyecto de remodelación de Fehrman Martínez fue muy probablemente encargado por Luis Martínez algunos años después de recibir en herencia la casa de Diego Martínez en 1900. Él proponía un conjunto de cambios decisivos para la casa. El primero y más importante de todos es la creación de la fachada sur que mira a la ciudad, ahora cercana, que se ha expandido desde el poniente. Dicha fachada, la que hoy reconocemos como tal, fue simetrizada con la apertura de un nuevo zaguán, más grande. que ocupa, como hoy, una posición central en el ala sur, ya que el desarrollo de esta había dejado el antiguo acceso desplazado hacia el poniente con relación al patio. Las actuales puertas, ventanas y rejas de ese sector parecen provenir de dicha reforma. Más allá de la intención de constituir una fachada simétrica, con un acceso coronado por un tímpano clásico, el resultado más visible de la reforma de Fehrman es el giro de la casa que pasa a mirar al sur y establece un vínculo con el área de Providencia que será fundamental.
Varias otras propuestas del proyecto no se llevaron a cabo. Entre ellas, la apertura de una puerta de la capilla hacia la calle Monseñor Carlos Casanueva; la construcción de un torreón muy en el espíritu romántico de comienzos del siglo xx, en el ángulo norponiente de la casa, donde parecen haberse concentrado otras operaciones asociadas a las habitaciones del dueño de casa. La más evidente entre ellas es el pasillo que conecta el corredor norte de la alquería con el patio, elemento extraño al esquema original y que habla de un nuevo sentido de la intimidad doméstica. La escalera y el acceso a dicho sector, el elaborado muro de ladrillo que hoy da a Monseñor Carlos Casanueva, parecen corresponder a la misma operación.
El proceso de venta de la chacra a fin de ser urbanizada, desde aproximadamente la década de 1940, es resultado directo de la presión que la ciudad ejerce sobre ella y de sus ventajas de localización urbana. La construcción del puente Pedro de Valdivia proporcionó la base concreta para posibilitar y acelerar la urbanización del área. Ella ocurrió en fases sucesivas. Al margen de algunas casas construidas en el sector de Pedro de Valdivia y Sarta María, la primera venta significativa fue la que afectó a los terrenos al oriente de Pedro de Valdivia. En esa zona se levantó la Población Pedro de Valdivia Norte. Esta fue organizada a partir de un eje central que remataba en la actual parroquia de la Sagrada Familia
y pasaba junto a una plaza donde se localizaron una serie de bloques habitacionales provistos de equipamiento. Una serie de ejes perpendiculares curvilíneos unían el borde provisto por el cerro y el canal El Carmen, con Pedro de Valdivia. Este, a su vez, prolongó el nuevo puente hasta la falda del San Cristóbal creando un nuevo acceso al cerro hasta hoy en funciones. La presencia de vías curvas dio al nuevo sector un carácter de interioridad, acentuada por el marco geográfico del cerro y que configuraba una suerte de rinconada. A la vez, dio lugar a un tejido caracterizado por manzanas más bien largas y estrechas en las que predomina la dirección oriente-poniente. Esta urbanización se hizo, en parte, a costa del lecho del río, ya que el antiguo camino de borde iba por la actual calle Los Conquistadores. Esta circunstancia exigió rellenos considerables en los terrenos situados al sur de dicha calle.
La venta y la subdivisión de los terrenos situados al poniente de la calle Pedro de Valdivia se inicia a fines de los años cincuenta, cuando con excepción de los lotes vendidos sobre lo que hoy es calle Santa María, el resto se encontraba aún disponible. Con esta finalidad, fueron varios los proyectos que se presentan a la Municipalidad de Las Condes, a la que entonces pertenecía la chacra Lo Contador. Esta urbanización es contemporánea de la que se prolonga al oriente de calle El Cerro y comparte con ella algunas características como son las vías de borde en forma de U de las calles La Herradura y Lo Contador.
La prolongación de la urbanización al poniente de Pedro de Valdivia exige compatibilizar la trama existente con la presencia de la casa de Lo Contador, lo que explica cierta anomalía de dicho trazado. La manzana en que queda situada la casa y adquirida por Sergio Larrain García-Moreno y la Pontificia Universidad Católica en 1958, pasó por varias versiones de urbanización hasta
alcanzar la que hoy exhibe. De hecho, en algún momento estuvo subdividida en dos por una calle que la atravesaba. Su actual forma, con mayor anchura al poniente, muestra con claridad las adaptaciones que la casa exigió a la prolongación del trazado de la población Pedro de Valdivia Norte. El extremo poniente del área, donde actualmente se ubican el hotel Sheraton y la clínica Indisa, será el último en urbanizarse.
El tejido urbano trazado sobre la antigua chacra corresponde a lo que solemos designar como ciudad jardín, con las peculiaridades que el término adquiere en Chile. Ella buscó una cierta unidad urbana, favorecida por la singularidad geográfica y la disposición de un eje de equipamiento en el primer sector urbanizado, que incluía una plaza alrededor de la cual se situaron bloques de vivienda y comercio y una iglesia. La mayoría de los terrenos tienen entre 400 y 500 metros cuadrados, predominando las casas aisladas. También se levantaron conjuntos de casas en hilera, frecuentes en este tipo de urbanizaciones. Los terrenos están intensamente plantados. Los antejardines unidos a la arborización de las calles producen un espacio urbano característico, que en este caso se combina con la omnipresencia del San Cristóbal. En la manzana del campus la fachada cerrada de la casa de Lo Contador hace un contrapunto al variado espacio intermedio de los antejardines.
De casa a escuela
Hay que atribuir a las convicciones y a la energía de Sergio Larrain la compra que la Pontificia Universidad Católica hace de la casa y la porción de terreno que la rodea. Para hacerla posible, el propio Larrain adquirió parte de la manzana ofrecida por la familia Martínez. El contrato fue redactado por el abogado de la familia Eduardo Frei Montalva. La intención inicial de Larrain había sido convencer a la universidad de comprar todo el área disponible al poniente de Pedro de Valdivia, a fin de instalar allí el nuevo campus que la universidad planeaba construir. Al fracasar este proyecto, consigue la compra de la casa para la Facultad de Arquitectura y pone en ello todo su empeño y sus recursos personales.
La transformación de una casa rural en una escuela de arquitectura que mantuviera en lo fundamental su vieja estructura, planteaba a los arquitectos preguntas que no son menores. Por una parte, ¿cuál era el valor que una construcción concebida para otros propósitos podía aportar a una construcción universitaria? Por la otra. ¿cómo se comparaba la decisión de una escuela, o al menos de un decano, de instalarse en una construcción antigua y relativamente modesta, en una localización urbana central, con la decisión de la Universidad de Chile que paralelamente inauguraba un moderno edificio en Los Carrillos? El propio Sergio Larrain había cambiado su moderno chalet de avenida Ossa por la modesta casa de administración de la chacra, a la que haría algunas notables adiciones en conjunto con el arquitecto Jorge Swinburn. Todo ello constituía un cambio significativo en las convicciones acerca de las relaciones de la arquitectura moderna con el patrimonio local y con la historia.
La instalación de la escuela en la casa de Lo Contador desde su anterior localización en calle Villavicencio, muy próxima a Casa Central de la Pontificia Universidad Católica, requirió pocas modificaciones en la casa. La dirección se instaló en el ala sur, donde el decanato permanece hasta hoy. El antiguo comedor familiar se transformó en biblioteca, y casi todos los restantes recintos en talleres y salas de clases. La vieja cochera y posterior garaje de automóviles, en un rústico casino. En los exteriores se respetaron básicamente las mismas divisiones existentes en la chacra. Así, la antigua división del jardín y el huerto, que al momento de comprar la casa presentaba una barda de ladrillo y madera, fue reemplazada por un muro de piedra tras el cual se situó, por muchos años, una cancha de fútbol. Posteriormente, en esa misma línea se ubicaron nuevas edificaciones. El viejo muro de adobe, que representaba el límite oriente de la casa, se preservó parcialmente hasta que se construyó el actual casino, cuya localización permanece como testimonio de esa línea de subdivisión.
Por su parte, Sergio Larrain realizó en su propiedad un loteo que ha terminado siendo vital para la forma del campus. Aprovechó la mayor anchura de la manzana, dejó la antigua casa de administración para sí mismo y situó una serie de lotes periféricos hacia El Comendador, Los Navegantes y Pedro de Valdivia. En parte de ellos construyó casas para sus hijos: otros se ofrecieron a personas relacionadas con la facultad. La presencia de la notable casa de Hugo Gaggiero en la manzana se explica de ese modo.
Las inevitables necesidades de crecimiento de la facultad fueron cubiertas por un plan de construcciones prefabricadas en metal y madera, basadas en el sistema que había desarrollado Horacio Borgheresi, entonces joven profesor y más tarde decano, en su proyecto de título. Las primeras de ellas fueron situadas alrededor de la cancha de fútbol y lo que terminó siendo el patio del casino y la biblioteca, al oriente de la antigua cocina. Allí se ubicaron talleres y oficinas, incluyendo las dependencias de la Escuela de Arte, situada al oriente de la casa. Algunos de estos pabellones, cuya ligereza material contrasta con los gruesos muros de la casa, se conservan hasta hoy.
En los últimos años de la década de los ochenta se plantea la realización de un plan director para el campus. Inspirado en el proyecto de título realizado contemporáneamente por el estudiante Antonio Lama, se propuso la generación de una L construida al norte y al oriente del conjunto. Tal punto de vista significaba acentuar y amplificar la idea del patio como esquema ordenador, ignorando la importancia que el crecimiento lineal había tenido en el desarrollo de la casa. De dicho esquema se construyen los extremos poniente y sur. El primero destinado a una ampliación de la Escuela de Arquitectura, el segundo a la Escuela de Arte que entonces estaba localizada en el campus.
El esquema de base del llamado a concurso para el edificio del Centro de Información y Documentación Sergio Larrain García-Moreno, constituyó una discusión de dicho proyecto de densificación. Proponer la apertura hacia el oriente y la incorporación, primeramente visual y posteriormente real, de la casa de Sergio Larrain, no solo permitió la expansión de la superficie del campus, sino que recuperó el esquema lineal de desarrollo que había caracterizado los inicios de la casa, conformando la rica relación de interior y borde urbano que hoy caracteriza al campus.
La vinculación del nuevo edificio del Centro de Información y Documentación Sergio Larrain García-Moreno, donde se aloja la biblioteca, situada en subsuelo, con la vieja casa de Lo Contador no resultaba una tarea fácil. De hecho, el nuevo edificio agregaba una nueva capa a las ya varias que se habían acumulado a lo largo de los años. Esta vinculación fue resuelta por los arquitectos Teodoro Femández, Smiljan Radic y Cecilia Puga, con el graderío dispuesto en el extremo poniente del conjunto sobre el auditórium, que permite conectar visualmente lo que Jesús Bermejo denominó “un piano nobile en subsuelo” con la fachada norte de la casa, que aparece desde el patio del auditórium como una suerte de cornisamento del nuevo conjunto.
Por otra parte, es precisamente esa escalera de los peldaños rotos, cuya pendiente copia y prolonga la nueva escala que desciende al auditórium, la que vincula delicadamente la nueva y la vieja construcción. El deck de madera sobre la biblioteca pasa así a constituirse en un espacio longitudinal que conecta la calle Monseñor Carlos Casanueva -la entrada a la casa en tiempos coloniales- con el jardín de la casa de Sergio Larrain. Con ellos se recupera la antigua configuración que había llegado a establecer casi un continuo de diversas construcciones agrícolas entre la casa de Lo Contador y lo que fue su casa de administración.
Fue la compra de la casa de Sergio Larrain, tras su muerte ocurrida en 1999, y la consiguiente interconexión de los terrenos de la facultad con el corazón de la manzana ocupada por dicha casa, la que abrió la condición de rico laberinto ajardinado que hoy caracteriza al conjunto de espacios exteriores del campus. Con ello colabora también la interconexión con las casas que en sus alrededores Larrain había construido para su familia, las que habían comenzado a ser adquiridas por la universidad con anterioridad.
La antigua casa de administración, ampliada por Sergio Larrain con la colaboración de Jorge Swinburn, constituye un notable tejido de elementos nuevos y viejos, y fue en su momento una suerte de manifiesto arquitectónico. Ella prolonga el volumen de la alquería y estuvo prácticamente unida a este por diversas construcciones agrícolas. Sin embargo, su orientación varía ligeramente respecto de la alquería. Este hecho, derivado probablemente de la estructura agrícola del predio y su sistema de regadío, introduce complejidad y riqueza a un tejido de conjunto cuyas generatrices son estas dos viejas construcciones. Tal riqueza se acentúa en los exteriores por la conjunción de visiones largas y espacios acotados. También por la estabilidad y regularidad del patio de la casa vieja, frente a la linealidad del deck sobre la biblioteca y los múltiples fragmentos residuales que la revinculación de estos espacios que han estado unidos y separados en diversos momentos de su evolución generan. La riqueza de conexiones, ya sea en el interior del campus o a través de la calle a la que dan directamente algunos de sus recintos, tiene algo de la relación de las habitaciones con el corredor en la vieja casa.
Más de alguna vez, y por razones diversas, el laberinto ha sido señalado como imagen de la arquitectura. La riqueza de relaciones que el tiempo y las decisiones de muchos -a su manera otro laberinto- han producido en el campus Lo Contador están secretamente cifradas en esa escalera junto a la puerta de calle Monseñor Carlos Casanueva que, con su forma peculiar, sus dos tipos de piedra y sus peldaños rotos, asciende hasta ese otro piano nobile, el de la alquería, desde donde se tiene una visión privilegiada de la cadena del San Cristóbal con las cicatrices todavía visibles de sus canteras.